La chica de los zapatos rojos…

viernes, 9 de abril de 2010


Eran las tres treinta  de la tarde , y el sol estaba escondido para darle más emoción a ese día, que prometía sorpresas , la imagen de los viejos amigos, y la tenue voz de los antiguos guías, dejaban un sabor sincero, María salía de su antigua escuela con las manos frías y con la calma de visitar el espacio que por unos años la contuvo, y le regalo esas ganas de crear historias, sueños e intentar hacer arte, su sonrisa lo decía todo, estaba feliz de saber que las cosas cambian pero no nos olvidan.
 Cuando se percato que faltaban quince minutos para las cuatro, apresuro el paso, para llegar a aquel  café lleno de color verde, altas vistas,  y con un nombre que hace que quien sea renazca, ya en el lugar miro el gran reloj que estaba frente a ella, cinco minutos antes de las cuatro, como siempre llego antes de la hora, miro hacia su alrededor, y casi no había gente, aun así decidió subir las escaleras para encontrar un sitio más intimo, la mesa que escogió tenia la vista alta y la explanada se veía maravillosa llena de palomas y gente que siempre se sienta a reconfortarse un poco o solo a pensar en lo sublime del mundo.

Ya tenía en mano un café y el reloj enorme anunciaba la hora precisa, en ese momento de entre las hojas de un árbol se dejo ver la imagen del viejo amigo con el que hace años no hablaba, la sonrisa de ambos fue sutil, cuando desapareció debajo de ella, solo quedaba a esperar que terminara de subir, al verlo casi cerca María se levanto y ambos se dieron un abrazo sincero, se sentaron charlaron un rato contándose de todo aquello que en estos años acontecido en sus vidas, ya no eran los mismos pero seguían pareciendo dos niños jugando  a ser grandes, las risas, las miradas, los pequeños roses, todo era sublime,  perfecto, cuando la luz de día comenzaba a marcharse, decidieron caminar un poco, y visitar esos lugares añejos, por los que antes dejaron plasmada su esencia, una fuente, un camino, una iglesia, como siempre testigos de las escenas de estas dos almas.

Ya con la luna sobre ellos la plática se convirtió en remembranzas de lo que antes fueron, en eso que los mantiene latentes en el pensamiento de cada uno,  como transformaron mundos, y se volvieron nocturnos, las anécdotas de esos días les arrancaron sonrisas indiscretas y suspiros sinceros, ambos estaban de acuerdo todo fue maravilloso, sin predisposiciones, condiciones, o incluso problemas fatídicos.
Sentados en aquella banca, daban la misma imagen de cuando aun eran niños, solo mirando de cerca te percatabas que esos dos ya eran adultos, con un sitio predispuesto totalmente distinto, a lo que algunos años antes solían envolverlos.

Estaban  por marcharse cada uno al destino que los llamaba a separarse por este día y quizás por una vida, cuando María pregunto si recordaba el primer encuentro en el que todos los sentimientos surgieron,  con risas él solo dijo que no muy bien, recordaba una salida al cine, y algunas frases intercambiadas, pero de pronto con toda seguridad él dijo:
-Pero me acuerdo que traías tus zapatos rojos.
María sonrió y lo miro con esa sencillez con la que se admira a las cosas maravillosas del mundo, toda una existencia había ya pasado por ellos, y aun era capaz de recordar los zapatos rojos que los acompañaron en el camino que por un tiempo recorrieron juntos.

Aquellos zapatos seguramente se quedaron guardados en algún cajón del closet, así como cada historia entre esos dos amigos sinceros se quedó guardada en el pensamiento de María, para hacer magia cuando la noche la alcanzaba.

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