Y el perfume
del que se va a trabajar,
Ese miedo de
no saber cuándo volverás si cruzas la
puerta.
Los niños ya
no salen ni juegan,
No conocen
de los pájaros que cantan en las copas de los árboles,
No saben de cómo
una flor se la lleva el mar.
Somos entes
de asfalto pasmados ante lo que las noticas gritan,
Solo tenemos
el aliento de pisar firme aquella orilla arenosa
Que trae
olas y que deja que uno respire de vez en vez.
Qué grato seria
ir y recoger caracoles,
Recoger
recuerdos de sonrisas y tactos amables,
Pero vivimos
pendientes de miradas ajenas,
Cuidándonos las
espaldas como si huyéramos de nuestra propia conciencia.
El miedo ata los pies,
Los silbidos incesantes de armas invisibles, aturden las risas,
Y es mejor guardar silencio,
Escondernos bajo las sabanas de la indiferencia;
En este tiempo aquel que se manifiesta termina herido,
Los desaparecidos ya no duran años enteros en la incógnita
Hoy los encuentras a los tres días en alguna senda agónica,
Con las miradas apagadas, y los cuerpos
mutilados de pavor.