Costumbre.

viernes, 19 de febrero de 2010


Tengo la tranquilidad posada en las manos frías por el viento de lo ya conocido,
la tengo plasmada en la planta de los pies que reconstruyen los caminos viejos,
los caminos soberbios de adolescentes insolentes,
haga lo que haga la moral no aparece dándome excusas para callar,
sienta lo que sienta la cordura no deja a mis labios pensar,
te nombran como deseo,
te aman en su desvelo,
y te añoran en sus días de viento;
con el ritmo de canciones olvidadas
trato de dejar que las manos cubran con los dedos las ganas, 
tengo los días pegados a las manecillas tercas de tu reloj,
tengo tu imagen posada en lo más profundo de mis ojos cansados
a los que ya les pesan las lágrimas y los años,
con los que miro el vacio indignante de lo elegido
y no importa nada de lo ya vivido,
no consumo mis historias por tu cuerpo
y esto ahuyenta a los demonios más sinceros;
veamos desde lo profundo lo ya partido,
concibamos en el vértigo la pasión y
en lo más esplendoroso el amor,
al que le rehuimos,
del que tantas veces hablamos sin darle un verdadero camino;
los días se tornan cada vez más lejanos,
y la distancia práctica debe de ser la excusa perfecta
para lidiar con la tristeza del día a día,
esa que no le corresponde a nuestro fugaz coincidir,
esa que no le pesa a mis manos en tu espalda,
aquella que ignoramos en nuestra ausencia cotidiana.

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